Silvino Vergara

“Esperancidio”

Dr. Silvino Vergara Nava

“¿Para que sirve la utopía?

Para eso sirve: para caminar”.

Eduardo Galeano

 

A pesar de que la Real Academia de Española no reconoce aún la palabra “esperancidio”, entendiéndose como la muerte generalizada de la esperanza de una población, de sus proyectos, de su desarrollo y de los fines o propósitos que tiene para su vida, es evidente que sí existe ese fenómeno y, desafortunadamente, no es nuevo en la historia de la humanidad, aunque posiblemente en los últimos treinta años se ha incrementado, sobre todo en México; por eso, el mercado se ha dedicado, en parte, a la literatura de temas de superación personal, bienestar y otros “menjurjes” de ese tipo, con la finalidad de vender algo que, a nivel global, se está cometiendo: acabar con la esperanza en el desarrollo de las personas. Desde luego, si no existe la palabra “esperancidio”, menos existe en la legislación penal el delito, es decir, en el derecho penal no se castiga aún a un sujeto o grupo de sujetos o, lo que es más, a una organización como pudiera ser el poder político o un poder económico o mediático que comete este crimen, pues matar la esperanza masiva de las personas sí es evidentemente un crimen que bien se debería castigar penalmente. Por lo pronto, esto no ha sido así.

La esperanza es fundamental en el campo de la sociología, así lo dicta el profesor polaco Zygumnt Bauman: “Su deber —el nuestro, el de los sociólogos— es, por así decirlo, el deber de la esperanza” (Bauman, Zygmunt, “Miedo liquido”, Paidós, México, 2013); por su parte, diríamos que la esperanza también está reconocida jurídicamente como parte del derecho de autonomía de las personas —artículo 1 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos—, que consiste en la libertad de las personas, que debe tutelar el Estado para que éstas se dediquen y desarrollen en lo que más les interese. A pesar de que a uno de los más brillantes juristas de los últimos tiempos, el italiano Norberto Bobbio, se le preguntó en qué tiene esperanza, y citó: “No tengo ninguna esperanza, como laico, vivo en un mundo en el que la dimensión de la esperanza es desconocida… la esperanza es una virtud teológica…” (Zagrebelksky, Gustavo, “Contra la ética de la verdad”, Trotta, Madrid, 2010), es evidente que vivimos en tiempos de “esperancidio”, esto es, que poco a poco a la población le van matando sus esperanzas en el desarrollo de su vida, a grado tal que la propia Iglesia católica manifestó: “La época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto que parecía poder lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política fundada científicamente. Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza del reino del hombre… Pero a lo largo del tiempo se vio claramente que esta esperanza se va alejando cada vez más… una esperanza para los hombres del mañana, pero no una esperanza para mí” (Benedicto XVI, “Spe salvi —salvados en esperanza—, 30 de noviembre de 2007).

Si jurídicamente la esperanza en la vida de la que deben gozar las personas se encuentra implícita en ese derecho de autonomía, habría que indagar quién puede ser el responsable de matar las esperanzas de la ciudadanía. Si vemos de frente, encontramos al Estado, es decir, el poder político, que comete ese tipo de actos cuando limita los derechos de las personas en las leyes y en sus propias políticas públicas, desde situaciones muy graves como decidir qué será de la actividad laboral de la población, evaluaciones en que se somete a las personas para detectar qué capacidades se tienen, en qué actividad, estudios o profesión se cuenta con mejores capacidades y test sin que pueda el sujeto valorado tomar decisión y donde, al final, juzgan por la apariencia, sexo, color de piel, etc.

Otro tipo de medidas menores son toda la serie de permisos, entrevistas, evaluaciones licencias, autorizaciones y barreras en general que se requieren simplemente para iniciar un negocio, para instalar un comercio o una pequeña industria; con todo ese caminar, es claro que matan la esperanza de cualquier persona. A ello se suma otro coautor de este “esperancidio”. Si vemos de un costado, observamos al poder económico-mediático global, que se encarga permanentemente de poner en la palestra la inseguridad pública, la situación económica deplorable, el desempleo y las guerras en el mundo, que, desde luego, lo benefician, pues todo esto se vende mejor que cualquier buena noticia. Pero esta conjunción de autores busca intereses globalizados, es decir, el beneficio de muy pocos —los monopolios—. Por tanto, si el nacionalismo se contrapone a esa globalización, el paso final de este “esperancidio” es que las personas pierdan los sentimientos propios de sus costumbres, cultura y patria, pues hoy es muy común hacer mención, en los medios de comunicación monopolizados, de que lo importado es lo mejor —claro, no lo chino—, que la esperanza es irse al extranjero: los empresarios, a invertir; los pobres, a trabajar; los jóvenes, a estudiar, pues en México nada se puede hacer.

En resumen, no hay esperanza alguna, y ese es el objetivo final de este entramado de poder globalizados: Que no haya nadie si no hay habitantes. No hay oposición alguna para ese poder económico global; así, libremente permitimos las concesiones mineras, petroleras, sembradíos con transgénicos, explotación turística de los recursos naturales, desde luego, todo con inversión globalizada. Por ello, Eduardo Galeano, en su última obra, calificó este crimen así: “El único pecado que no tiene perdón es el que peca contra la esperanza” (Galeano, Eduardo, “El cazador de historias”, Argentina, Siglo XXI, 2016). Y eso es a los que se le denomina “esperancidio”.

Silvino Vergara Nava
Silvino Vergara Nava
Doctor en Derecho por la Universidad Panamericana, y la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Litigante en materia fiscal y administrativa. Profesor de Maestría en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y la Escuela Libre de Derecho de Puebla.

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