Ya voy regresando de mi viaje, ha sido una experiencia realmente muy interesante, me invitó un amigo al que admiro por su osadía, es uno de esos hombres que convencen y creen en sus sueños hasta la insensatez, siempre que estoy con él conozco lugares pintorescos y a personas interesantes.
Ayer, en mi último día, fui a la iglesia y leyeron el Evangelio de la multiplicación de los panes y de los peces, lo he reflexionado mucho y veo cómo se hace vida una y otra vez cuando un “niño” se decide a poner sus panes y sus peces para alimentar a una multitud, el milagro de compartir lo poco, lo que se tiene, lo que no alcanza, termina solucionando la carencia de los muchos. Lo que viví en estos días es eso mismo, un muchacho que ha compartido sus “panes y sus peces” y ha logrado alimentar a toda una multitud.
Alguna vez un sacerdote Jesuita explicó este pasaje señalando que, en la época de Cristo nadie salía de su casa sin ir preparado para el viaje, él dijo que seguramente ese niño que escuchó al Maestro, provocó que todos los reunidos se decidieran a compartir eso poco que traían y que ellos consideraban que no alcanzaba para dar de comer a la multitud. Permanecer y convivir como comunidad es un “milagro” que se provoca cuando alguien se decide a compartir y provoca que todos los demás se sumen, logra que la tibieza de la sensatez se convierta en la luz brillante de la unión. Es un muchacho, inspirado por el Señor, el que hace entender a los demás que lo que cada uno tiene puesto al servicio de los otros, hace que todo se alimenten y hasta sobre.
Estoy agradecido con mi amigo y regreso lleno de ánimo y de esperanza, sabiendo que mis “panes” y mis “peces” solos no alcanzan, pero combinados con los de los demás harán el milagro que esperamos.
Ánimo, es tiempo de sumar para multiplicar.
Lo que sé: cuenta.
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