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Decretar la expropiación del fútbol

 

 

Dr. Silvino Vergara Nava

“El juego se ha convertido en espectáculo…

y el espectáculo se ha convertido en uno de los

negocios más lucrativos del mundo, que no

se organiza para jugar sino para impedir

que se juegue”

 

Eduardo Galeano

 

Estos momentos son ideales para poner en la mesa la necesidad de expropiar el fútbol. Ahora que estamos a días de iniciar un mundial más, ahora que le corresponde organizar a Rusia el juego más visto en el planeta es el momento ideal para replantear el camino del fútbol —pero, principalmente, el de la humanidad—. Es muy claro que lo que le está sucediendo al fútbol también le está sucediendo a esta humanidad del siglo XXI y, por ello, es necesario decretar la expropiación del fútbol y arrebatárselo a dos entidades que se han vuelto una, pues se han fusionado para desviar los caminos del fútbol: la tecnología y el poder económico mundial, que han hecho del fútbol lo mismo que con nuestra humanidad.

Expropiar el fútbol de la tecnología, porque ésta ha acabado con la propia naturaleza del juego, como bien lo sostiene el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “La tecnología del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía” (Galeano, Eduardo. El fútbol a sol y sombra. Buenos Aires: Siglo XXI, 2010). Por eso es que las ligas de fútbol actuales en el mundo son ligas “de los sistemas”, como lo denomina Jorge Valdano: “Esta liga de los sistemas no hace más que profundizar la tendencia geométrica, previsible y conservadora del fútbol” (Valdano, Jorge. El miedo escénico y otras hierbas. Madrid: Punto de lectura, 2002). Por eso hoy observamos partidos de fútbol tan malos con los marcadores finales de cero a cero o de uno a cero.

Y son la misma ciencia y la tecnología las que nos han influido ese afán de hacer ciencia de todo, teorías de todo, como si lo artístico, lo intuitivo no contara. Por eso es que llegamos a los extremos de poner de entrenadores a licenciados en deportes, maestros en fútbol, y doctores en la teoría de la pelota, que nunca jugaron verdaderamente fútbol y que ahora son los actuales directores técnicos, directores deportivos, etc., como es el penoso caso de la dirección técnica de la selección mexicana que competirá en el mundial de Rusia; de lo que el propio argentino Jorge Valdano narra una experiencia que tuvo con un director técnico en sus tiempos de futbolista: “tenía lenguaje, pero no tenía ideas. Peor aún, tenía malas ideas. Era un hombre leído que sabía mucho de fútbol, pero que administraba mal sus conocimientos” (Valdano, Jorge. El miedo escénico y otras hierbas. Madrid: Punto de lectura, 2002). Pareciera, para los directivos mexicanos que decidieron por ese “estratega”, que no fue suficiente la experiencia del desastre que hizo el colombiano con la franja poblana cuando dirigió al equipo “rebelde”, como nombró Eduardo Galeano a nuestra deteriorada Puebla de la Franja en los tiempos de Maurer y compañía, que fue vapuleada por la “telecracía” (Galeano, Eduardo. El fútbol a sol y sombra. Buenos Aires: Siglo XXI, 2010).

La expropiación debe ser extensiva al poder económico mundial: ese al que no se le visualiza su cabeza, del que no se conoce el rostro de los dueños en las grandes corporaciones —iniciando con la FIFA, que, como organismo mundial privado, ha vendido el fútbol al mejor postor—. Por ello, el aficionado de a pie no conoce quién subsidia los gastos, por ejemplo los de la selección que se dice “nacional”; menos aún se sabe quién es el accionista mayoritario del Real Madrid, del Arsenal, etc.; y, sin ir tan lejos, desconocemos quiénes son los verdaderos dueños de nuestros equipos “de primera división” de la ciudad: la querida Puebla de la Franja y los noveles Lobos de la BUAP —de paso de estos lobos, vale decir que son un ejemplo claro de quien se saca la rifa del “tigre”, al haber ascendido a primera división, convirtiéndose en un equipo “del resto del mundo” ya que no cuenta con jugadores universitarios y por ende careció de identidad—.

Para los versados en economía y finanzas se les podrá explicar que los propietarios actuales de los equipos de fútbol son una conformación de un fideicomiso, que administra una institución bancaria y que cuenta con fideicomitentes y fideicomisarios, pero para el que entienda queda con la misma interrogante.

Ese fantasma económico, propietario actual del balón, es el que dispone de lo más sagrado que tiene este juego: nosotros, los aficionados, los más afectados por lo que ha sucedido con el fútbol actual. Esto es así, porque, en primer término, se han deroga los partidos dominicales. ¿Qué partido verdaderamente trascendental se juega en domingo mundialmente?, cuando por el contrario, todos los escritores de fútbol lo asocian con el juego “dominical”; hasta el propio profesor italiano Umberto Eco, que cuenta con un extraordinario trabajo titulado Cómo hacer una tesis, habla de la importancia del juego dominical y de las consecuencias de una ocupación por manifestantes de ese recinto: “se puede ocupar la catedral, […] se puede ocupar la sede central de un partido político […] Pero si alguien ocupara un estadio, aparte de la reacción inmediata que esto provocaría, nadie sería solidario; la iglesia, la izquierda, la derecha, el Estado, la magistratura, los chinos, la liga por los divorcios y los anarcosindicalistas, todos pondrían al criminal en la picota” (Citado por Trifonas, Peter Pericles. Umberto Eco y el fútbol. Madrid: Gedisa, 2004). Pues bien, pareciera que se ha dejado el domingo, ya no para acudir al fútbol —pero tampoco para las reuniones familiares, bodas, bautizos—, sino para lo más sagrado de la economía; el domingo es hoy un día completo para el consumo en esos recintos sacrosantos que se llaman supermercados y centros comerciales.

Este mismo espectro económico decide en cada equipo de fútbol qué color porta la camiseta para esa temporada, los cambios de las propias camisetas. Y este cambio en los horarios dominicales abona a que se vaya perdiendo identidad con el equipo; algo extrañamente similar a lo que está sucediendo con la pérdida de las costumbres nacionales y es, desde luego, todo lo contrario a lo que dicta el escritor mexicano Juan Villoro respecto a lo que sucede cuando, desde niños, se escoge un equipo de fútbol: “Elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos. Unos optan por una escuadra de sólido arraigo familiar, otros se inclinan con el claro sentido de la conveniencia por el equipo campeón de turno […] el hincha nace al modo ateniense determinado por la ciudad” (Villoro, Juan. Dios es redondo. Ciudad de México: Planeta, 2006). Ese mismo poder económico sin cabeza es el que decide qué jugador insignia del equipo se va y qué jugadores indiferentes con el equipo y con la ciudad llegan a cobrar sus quincenas y, si da tiempo, jugar fútbol. Cita el maestro Juan Villoro: “Nada resulta tan doloroso como la partida a otro club de ese consentido de la gloria que parecía condensar en sus pechos los sueños de la colectividad”. Todo esto son simples muestras de la necesidad de emitir un decreto expropiatorio en contra de la tecnología y del poder económico para salvar al fútbol y, de paso, otro decreto contra ellos mismos para salvar a la humanidad.

Silvino Vergara Nava
Silvino Vergara Nava
Doctor en Derecho por la Universidad Panamericana, y la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Litigante en materia fiscal y administrativa. Profesor de Maestría en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y la Escuela Libre de Derecho de Puebla.

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